jueves, 17 de marzo de 2011

SER asertivo

Acertar es una palabra que significa: atinar, dar en el blanco, descubrir.

Por otro lado, la palabra asertividad proviene del verbo latino asserere, assertum y significa afirmación, aseveración, confirmación.
En un contexto más apropiado, asertividad significa afirmarse y respaldarse a uno mismo. Representa la confianza, la autoestima y el aplomo que cada persona debe asumir ante toda situación en la vida.
Todo ser humano, debe manifestar una conducta asertiva para expresar adecuadamente cualquier emoción hacia los demás seres humanos. Todos somos libres emocionalmente hablando y debemos defender nuestros derechos, para lo cual, debemos:
Entender cuáles son esos derechos
Aplicarlos
Hacerlo dentro de un marco de respeto a los derechos de los demás.

Existe una relación muy estrecha entre asertividad y autoestima ya que cualquier persona mientras más defiende sus derechos y hace que otros también los respeten, en ese mismo grado, aumentará su autoestima.

Autoestima y asertividad son causa y efecto de sí mismas.

Cuando una persona es asertiva, hace valer sus derechos pero no lo hace a costa de los derechos de los demás. La asertividad no implica falta de sensibilidad hacia las necesidades y deseos de las personas con las que convivimos.
Todos nosotros requerimos aprender el arte de balancear nuestra asertividad con la sensibilidad y empatía hacia los demás. El aprendizaje implica que en cada interrelación con las personas que nos rodean debemos ser empáticos, escucharlas y entender que cada persona es única y diferente a las demás. También debemos entender y aceptar el hecho de que cada día cambiamos y por lo tanto, al reaccionar unos con otros, cada interacción producirá diferentes resultados. No se puede esperar siempre el mismo producto de la convivencia de las personas ya que cada individuo cambia a cada minuto de su existencia y cambia también el entorno donde se convive; por lo tanto, el producto de las interacciones humanas siempre va a ser diferente.

Heráclito decía que “ninguna persona puede bañarse dos veces en el mismo río”. No es la misma persona la que se baña ni son las mismas aguas las que corren por el río.

¿Por qué no somos asertivos?
Para poder sobrevivir, el ser humano, desde su aparición en la tierra, tuvo que escoger uno de estos dos caminos:
Huir y evadir
Luchar y agredir

Conforme se han desarrollado las distintas civilizaciones, el hombre ha venido incorporando otras acciones gracias a su capacidad divina de pensar que lo hacen diferente a los demás animales. Ahora ya puede escoger entre tres opciones:
Huir y evadir
Luchar y agredir o

Usar el lenguaje para ser asertivo.

En la vida actual se nos ha enseñado a no huir y también que “debemos ser valientes”. Se nos ha dicho que “no debemos llorar” y que debemos aguantar con los dientes apretados. También se nos ha dicho que es malo “tener arranques de ira” o que es malo “deprimirse” o mostrarse deprimido.
Cuando reaccionamos exclusivamente a través de los caminos de la huida o de la agresión nos sentimos mal, puesto que esos modos de comportamiento están asociados a las emociones primitivas del miedo o la ira, lo cual está mal visto en una sociedad ya civilizada. En un conflicto personal, al actuar bajo el impulso de la ira o el miedo, nos ponemos en desventaja ya que tenemos mayor probabilidad de “perder la batalla” que a su vez, nos conduce a la frustración, a la tristeza e inclusive, a la depresión. Por lo tanto, si queremos prevenir estas consecuencias deberemos aprender el tercer camino: el de la asertividad.
Fisiológica y psicológicamente estamos hechos para sentir emociones como el temor, la ira y la tristeza ya que así fue como nuestros primitivos ancestros las experimentaban y las expresaban y con ello lograron sobrevivir en condiciones muy difíciles.
En la actualidad, son mal vistas las personas presas de temor, ira o depresión. La sociedad nos enseña a actuar de un modo que “conviene” a los demás. Se juzga imposible mostrar emociones de cólera o ternura. A las personas se les permite hablar de lo que piensan pero no de lo que sienten.
Ahora bien, la asertividad nos enseña a ver las emociones como parte constitutiva de cada persona y nos enseña a hacer uso de ellas.
Los seres humanos, al nacer, poseemos una asertividad verbal que utilizamos constantemente; sin embargo, la vamos perdiendo por el camino de la vida. La primera acción independiente de un niño al nacer es el de protestar contra la forma agresiva en que se le trata. Esa protesta la manifiesta a través del llanto o pataleos y lo hace a cualquier hora del día o de la noche y en cualquier lugar sin importarle “lo que digan los demás”. Además, todos los niños son persistentes en sus protestas y se calman solamente cuando alguien los atiende. Cuando el niño ya gatea, hace lo que desea y causa destrozos por donde pasa y debido a ello es que los adultos han inventado cunas-prisión o andaderas para tratar de controlar el comportamiento resultante de la asertividad innata del infante. Cuando el niño comienza a hablar, lo primero que aprende es a decir ¡NO!; sin embargo, debido a la falta de argumentos adecuados de parte de los adultos, se han inventado leyes con las que se “socializa” o aprisiona al niño. El control físico que padecía el niño con las cunas-prisión pasa a ser control psicológico ya que los adultos constantemente le dicen: “Diosito quiere a los niños buenos”; “No debes ser tan preguntón”; “A tus mayores siempre debes respetarlos” (aunque ellos no te respeten), etcétera.
El control psicológico con el que se aprisiona al niño posee características cuyos daños son más duraderos. Poco a poco, al niño se le va enseñando o programando a ser aprensivo e ignorante y a ser presa de la ansiedad y la culpabilidad. Ese adiestramiento lo llevan a cabo los padres con sus hijos porque así lo hicieron sus respectivos padres con ellos. Esas es la herencia anti-asertiva que nos vamos legando de una generación a otra.
El adiestramiento emocional funciona más o menos de la siguiente manera: cuando el niño cumple con las tareas del hogar o los trabajos escolares, se le dice, “muy bien”; pero cuando no lo hace así, se le dice, “eres un niño malo” (eso le acarrea la sensación de culpabilidad). Por otro lado, al niño no se le permite cometer errores, por lo tanto, a la menor falla se le recrimina diciéndole, “torpe”, “ignorante”, y en esos calificativos lo vamos encasillando. Al niño también se le adiestra para estar ansioso debido a la gran cantidad de normas que la sociedad ha impuesto: normas familiares, de urbanidad, escolares, religiosas, políticas, etc. Hay tantas que el niño realmente no sabe o no quiere dar un paso por temor a cometer infracciones a dichas leyes.
Por otro lado, también existe un tema muy difícil de afrontar que es el de la asertividad femenina. El tema es difícil porque hemos vivido en una sociedad que se ha construido con premisas injustas que han relegado a las mujeres a ejercer siempre un papel secundario y subordinado a los intereses de los varones. De esto, tenemos evidencias escritas en los Libros en que se fundamentan la mayoría de las civilizaciones que han existido desde hace miles de años. Esas premisas han sido fortalecidas por religiosos, científicos, poetas, escritores, psicólogos y por muchos hombres que, al poseer la pluma y el papel, la cátedra en las escuelas y universidades o la tribuna política, han sido los que “han escrito la historia”. En este caso, los que escriben la historia son los vencedores y éstos han sido los varones que no han dado muchos papeles protagónicos a las mujeres o ellas no han sabido ganárselos. En consecuencia, los derechos de las mujeres no se han respetado en el mismo grado que en el de los hombres; por lo tanto, la asertividad femenina no se ha fortalecido.
Volviendo a la pregunta inicial, ¿por qué no somos asertivos? Cada uno de nosotros hemos tenido diferente historia y poseemos diferentes causas de nuestra asertividad o de la falta de ella. Cada uno de nosotros somos responsables de sacar conclusiones y hacer algo al respecto.
Un posible camino de acción es: entender primero lo que significa la asertividad; saber cómo mejorarla y actuar en consecuencia para obtener la habilidad y el arte de ser asertivos para convivir mejor con nosotros mismos y con las personas que nos rodean.

¿Por qué es tan importante la asertividad?
En las últimas décadas han ocurrido cambios culturales muy profundos que están obligando a que la sociedad valore más la productividad y competitividad de los individuos dentro de las organizaciones para que a su vez se obtenga la competitividad y supervivencia de las empresas.
Se requiere asertividad para negociar en todo tipo de transacciones no solo empresariales sino también en las negociaciones afectivas, políticas y familiares; con los clientes y con los proveedores, para señalar solo algunas. Se requiere asertividad en todo tipo de comunicación y convivencia donde, cualquier falla en el proceso de comunicación, hará caer en conflictos que de no manejarse asertivamente, nos puede llevar a dañar gravemente nuestra convivencia con los demás. En este mundo globalizado, la asertividad ha cobrado una importancia crucial en la transformación de las personas y de las organizaciones.

Características de las personas asertivas:
Son proactivas y tienen un plan personal de vida con objetivos claros; se hacen responsables de que las cosas sucedan y no culpan a los demás por sus errores o su falta de acción.
En todas sus interrelaciones con los demás, demuestran una actitud de ganar-ganar. No son egoístas.
Saben comunicarse con todo tipo de personas. Poseen apertura y tolerancia. Saben escuchar cuando los demás les mencionan sus fallas.
Conocen sus fortalezas y entienden sus limitaciones y luchan por superarlas.
Se comunican usando frases como: “yo quiero”, “yo siento”. Usan de manera deliberada y acentuada el pronombre en primera persona: “Yo hice…”, “Me gusta ….”, “A mí me …..”. No se escudan hablando en plural: “Sentimos que…” “Dijimos…..”
Saben aceptar o rechazar con delicadeza y fortaleza a las personas que se mueven en su mundo emocional.
Expresan sus sentimientos oportunamente. Saben llorar, reír y gozar de la vida.
Son personas “directas”, saben “ir al grano”. Saben halagar, admirar y reprobar comportamientos ajenos.
Son personas sencillas y sinceras. Dicen Si cuando es si y No cuando es no.
Saben controlar la ansiedad y los temores.
Saben pedir favores sin disminuir su dignidad. Saben negarse cuando es necesario y saben aceptar los desaires dignamente.

Algunas características de las personas no asertivas:
Son demasiado complacientes con los demás porque temen ofenderlos.
Consideran que los derechos ajenos son más importantes que los propios.
Se muestran tímidos ante los superiores de rango o ante representantes de alguna autoridad. Se muestran demasiado altaneros ante personas de rango o autoridad inferior.
Fácilmente se sienten ofendidos por lo que dicen o hacen los demás.
Toman las discusiones como campos de batalla donde solo hay ganadores y perdedores. Consideran que ceder significa perder.
Esperan que los que los rodean les adivinen el pensamiento y se molestan cuando necesitan algo y los demás no les responden.
No toman decisiones y sufren dependencia de otras personas para que les solucionen sus problemas.
Dan muchas explicaciones y justificaciones de lo que hacen o dejan de hacer.
Permiten que otros los dominen y les dan siempre la razón. No hacen valer su voz ni su voto.
No son capaces de entablar relaciones afectivas íntimas.
Permiten que otros los involucren en situaciones que no son de su agrado.
Son pasivos e indecisos y permiten que los desplacen.
Cuando se comunican, no son abiertos ni oportunos; son superficiales al decir sus sentimientos.
No mantienen contacto visual con sus interlocutores.
Se muestran inseguros en sus pláticas con personas de otro género.
No confrontan situaciones desagradables.
Muestran comportamientos como: siempre querer tener la razón; se enojan con suma facilidad; quieren ser o tener más que los demás; tienen dificultad para aceptar errores; intolerancia con las personas con las que no concuerdan; conductas defensivas exageradas; tendencia a calificar o etiquetar a los demás; hacer burlas hirientes y repetidas con insistencia.

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