jueves, 3 de febrero de 2011

La Camisa del hombre feliz

A media mañana entró don Fulano de Tal, con una amplia sonrisa, a la flamante “Clínica Desestresante Mevale”, ubicada en uno de los mejores rumbos de la ciudad. Lo recibió Zutanita, quien también, con una amplia sonrisa y unas amabilísimas manos, le toma sus datos y también unos cuantos billetes de cien pesos, que es la cuota normal, por una sesión terapéutica relajante. Zutanita, conduce a don Fulano hasta un flamante consultorio donde el Dr. Menga Nos Turreyno, está terminando de preparar sus menjurjes y le señala el perchero donde puede colocar su camisa, ya que la sesión se llevará a cabo sin dicha prenda. Enseguida, el Dr. Menga recuesta a don Fulano en un blando camastro y le pide se ponga boca abajo. Después se dirige a su aparato reproductor de música y programa varias melodías que contienen temas serenos y pausados iniciando a tocar el “Canon en D de Pachelbel”. Luego enciende una varita de oloroso incienso, el cual se esparce por todo el consultorio. El doctor regresa a donde está don Fulano, quien ya para entonces tiene su sonrisa más acentuada, y empieza a aplicar en la espalda un aceite aromático al mismo tiempo que le pide que ponga mucha atención a la pieza musical que esta oyendo, y se concentre solo en el ritmo del violonchelo, manteniendo también los ojos cerrados al mismo tiempo que respira rítmica y profundamente. Un rato después, don Fulano ya muestra en su cara una expresión de éxtasis, al mismo tiempo que el Dr. Menga, muestra signos de incredulidad como preguntándose cómo es posible que aun antes de haber iniciado el masaje terapéutico, su paciente está tan feliz. Sin embargo, eso no le impide hacer los primeros movimientos en la espalda de don Fulano. Pasado un rato, las cosas iban bastante bien, el incienso seguía haciendo su labor calmante; la melodía continuaba en base al rítmico sonar con el violonchelo llevando la pauta; don Fulano seguía respirando pausadamente hasta que al doctor Menga se le ocurrió, simplemente por hacer plática, hacer la siguiente pregunta:
- ¿Y cómo le va a usted don Fulano?
Y el aludido, también por hacer plática, comenzó una larga letanía de bendiciones que le estaban ocurriendo:
- Por el lado del negocio, tengo muchísimos clientes que compran mis productos porque están hechos con calidad de primera; esto se debe a que mis empleados están bien pagados y tanto jefes como subordinados, nos vemos como una gran familia y trabajamos verdaderamente en equipo. Mis proveedores están felices porque les pago lo justo y a tiempo. Ya hemos comenzado a exportar a varios países y además, estoy cumpliendo como se debe con mis impuestos. Como el negocio va tan bien, ya me han hablado varios inversionistas porque quieren asociarse conmigo. En pocas palabras, tengo asegurado el futuro de varias generaciones de mi familia.
Para esto, conforme don Fulano iba hablando sin parar, el Dr. Menga en lugar de sobarle suavemente la espalda, le daba golpes que poco a poco iban subiendo de intensidad como si los diera con coraje. Llegó un momento en que don Fulano se empezó a preocupar de los golpes que estaba recibiendo pero consideraba que eran parte del “masaje tarasco” que el doctor Menga tanto pregonaba en su volantes publicitarios por lo que continuó diciendo: …. Y en mi vida familiar, fíjese que mi esposa es un encanto y me ama intensamente. Mis hijos, todos me han salido muy respetuosos y van por el camino en que los hemos formado y no nos dan problemas y tanto en las escuelas a donde van como los amigos que frecuentan, solo hablan felicitándonos por sus buenos resultados.
Y mientras don Fulano seguía relatando todas las cosas buenas que le ocurrían en la vida, el doctor Menga se iba mostrando visiblemente estresado y le aplicaba golpes más contundentes. Al mismo tiempo que esto ocurría, la pieza suave de Pachelbel se había terminado y ya iba muy avanzado El Bolero de Ravel con su monótona enjundia que hacía que el doctor lanzara golpes más rabiosos y que su cara amable se transformara en un rostro lleno de furia y resentimiento contra el hombre al que tan felizmente lo había tratado la vida.
Poco tiempo después, don Fulano sintió unos terribles golpes tanto en los riñones como en el hígado que lo hicieron levantarse bruscamente del camastro al mismo tiempo que exclamaba: ¡¿Qué chingados le pasa!?
El doctor Menga nada contestó y solo seguía lanzando golpes como si estuviera casi por noquear a su oponente dentro de un cuadrilátero boxístico. De no ser por Zutanita que entró espantada a la habitación, hubiera tendido en el suelo a don Fulano, quien solamente atinó a salir huyendo medio desnudo de la Clínica Desestresante Mevale.
Zutanita, con su cara de asombro, solo atinaba a mirar sorprendida al doctor Menga quien, tenía en sus manos la camisa de don Fulano y había salido de la clínica para ver cómo su paciente se perdía a la distancia.
Con la prenda en las manos, el doctor recordó un cuento que había escuchado en su infancia y que trataba de un rey que estaba a punto de morir de tristeza y a quien sus doctores, le habían recetado que para salvarse, tenía que vestirse con la camisa de un hombre feliz. El rey anduvo por todo su reino en busca de tal hombre y cuando se paraba a preguntar a todo aquel que se encontraba si era feliz, tenía que continuar su camino porque todos respondían con un ¡no! rotundo. Por fin, un día pasó junto a una humilde choza, dentro de la cual se oía que cantaba felizmente un hombre. Como la puerta de la vivienda estaba cerrada, desde fuera, el rey le preguntó:
- ¿Eres feliz, buen hombre?
A lo que el hombre contestó:
-¡Tengo todo y la vida me ha hecho feliz!
Entonces el rey, pensó que su búsqueda había terminado y ya podía curar su tristeza y salvar la vida. Le preguntó entonces:
- ¿Me puedes vender tu camisa?
A esta pregunta, el rey solo obtuvo por respuesta un profundo silencio dentro de la choza y como pasaba el tiempo y ya estaba desesperado por vestirse con la camisa del hombre feliz, se atrevió a mirar por la ventana. Quedó sorprendido cuando en el interior, el hombre sonreía mostrándole que iba vestido solamente con un pequeño calzón de manta.

Finalmente el doctor Menga se quitó su flamante bata y se vistió con la camisa de don Fulano. Sonriendo, se dirigió a la entrada de su clínica y mirando hacia el letrero, le dijo a Zutanita:
- ¡Necesitamos cambiar el giro de este negocio!

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